domingo, 2 de octubre de 2011

QUÉ CARETA

Creo que no descubro nada nuevo a nadie si afirmo que nuestra sociedad es bastante hipócrita, lo que se traduce en que las personas que la formamos, tendamos a imitar esa hipocresía, ya que utilizando los mismos rudimentos de la sociedad, lo normal es que se consigan los objetivos que cada uno va buscando.

Una de las características más identitivas de la hipocresía es la de la apariencia: dar una imagen que no se corresponde con la realidad, lo que podemos fácilmente comprobar con solo encender el botón de la televisión y ver la cantidad de anuncios publicitarios que exaltan el producto, a veces incluso con verdaderas falsedades sobre las características del mismo (ahora recuerdo, por ejemplo, como en Inglaterra retiraron un anuncio de una conocida marca cosmética que prometía alargar las pestañas de las mujeres, protagonizado por la actriz española Penélope Cruz, y que fue retirado precisamente porque era sencillamente mentira; curioso que ese anuncio sin embargo no fue retirado en España...)

Lo peor es cuando esa hipocresía la comprobamos en las personas que nos rodean: se muestran en palabras delante de tí como lo que no son, con una apareciencia perfecta, sin fallos, incluso atractiv@s y atrayentes... pero cuando más las conoces, mayor es la decepción; y con el problema añadido de que tú no puedes, como Inglaterra, prohibirles que continúen con su vida de apariencias



Cuando el Maestro de Nazaret estaba con sus discípulos, les enseñó la parábola del dueño de la viña que tenía dos hijos: cuando les pidió a sus hijos que fueran a trabajar a su viña, uno de ellos le dijo que no podía ir, pero al final fue a trabajar; sin embargo el otro le dijo que sí, pero después no fue a trabajar, preguntándonos aún hoy día Jesús, ¿quién creemos que hizo realmente la voluntad del Padre?...

Son muchas las veces que veo gente siempre dispuesta a trabajar en la viña, pero nunca están disponibles para realmente hacerlo; están llenos de buenas intenciones, pero les falta la acción...

¿Conoceremos algún día un mundo sin caretas?