martes, 22 de febrero de 2011

PETER PANES

El clásico de J.M. Barrie cuentan (qué expresión más adecuada...) que se gestó en los paseos que Barrie daba por Ios jardines de Kensington junto con los hijos pequeños de un matrimonio amigo, a los que conta­ba historias de hadas. Peter Pan en los jardines de Kensington (1906) es el título del relato donde aparece por primera vez Peter Pan, y en él se nos revelan las costumbres de las hadas del jardín de Kensington y la historia de un bebé que dejó de ser un niño como los demás para jamás crecer y quedarse a vivir en el parque. Posteriomente vino la historia llevada al cine por Disney Peter Pan y Wendy (1911), que  como todo el mundo sabe, es la historia de tres niños ingleses que una noche, tras recibir la visita de un extraño ser que tiene poderes mágicos y se llama Peter Pan, salen volando con él hasta llegar al sorprendente país de donde procede: la isla de Nunca Jamás. Allí, acompañados por el hada Campanilla, vivirán divertidas y peligrosas aventuras entre indios, fieras y una banda de piratas capitaneada por un archivillano llamado capitán Garfio
Lo cierto es que basado en esta fantástica historia la psicología moderna ha acuñado un síndrome cuyo nombre es bien ilustrativo: el síndrome de Peter Pan, aplicable a aquellos individu@s que, llegados a cierta edad madura, se niegan a asumir su rol en la sociedad, se niegan a crecer, queriendo seguir siendo niños, y de este modo huir de las responsabilidades sociales, familires, laborales, etc...
A veces uno observa, con cierta desazón desde luego, como éste síndrome no solo aparece en la sociedad posmoderna, sino también, y desgraciadamente, en nuestras iglesias: person@s que, tras suficientes años de camino en el evangelio, se niegan a hacerse adultos en el ámbito espiritual, para seguir demandado de todos los que le rodean de comprensión, amor, y sobre todo, de atención personalizada y exclusivista, mientras continúan viviendo en sus países imaginarios de nunca jamás: nunca jamás pienso cambiar.
El apóstol Pablo advertía de no dar alimento madura a los que no lo eran, pero nada hacía pensar que tuviera que advertirse de lo contrario, ...